Pateando puertas, Charles Bukowski presenta una vez más a su alter ego; Henry (Hank) Chinaski. Como un golpe que te hace regurgitar biliarmente, el relato se expone secuencialmente sin tapujos, duro y sucio como él; el viejo indecente en su versión joven, que narra el sumidero que lo comprende en medio de la post depresión americana. Todo se encuentra desbaratado; el sueño americano, que siempre es una verdad contada a medias, todo el puñado de underdogs (Personas con menos poder adquisitivo) que anhelan ser millonarios y por ello se meten en el papel ridículamente mientras pujan contra sí mismos dentro del lumpen proletariado. Entonces llega el momento de tirar todos los valores tradicionales por la borda, nihilistamente, mediante un subterfugio en el alcohol, la promiscuidad y la violencia que habitan en los bordes de la crueldad de los suburbios.  

 

Chinaski es un pobre cínico, la única diferencia radica en que él es un tipo que vive a sus anchas; feliz, “sin que lo embutan en un uniforme para que le pudieran volar el culo”. Pero, ¿Cómo se las arreglaría? Esa pregunta rondó en torno suyo desde siempre y lo siguió a donde sea, de igual manera que su ser, siempre fugitivo de su entorno circundante, que poco o nada le importaba mientras que este no se interpusiese en su camino aplacándolo. Más, sin embargo, mucho de esto ya le resultaba familiar e insulso puesto que eso era más de lo mismo que siempre había recibido, el dogmatismo de las aspiraciones de la familia tradicional cobijada en la nación. El “Romped las viejas tablas” De Nietzsche en “Así Hablo Zaratustra”, encaja perfectamente con la corriente de Chinaski, el no necesitaba ir en afluencia con lo demás para comprender lo que estaba bajo sus pies que no era más que desgracia aceptada, desgracia romantizada. Él no se daría la espasmódica tarea esnobista de imitar formas de la estupidez de la masa para sentirse a gusto entre sus semejantes y regocijarse en su camastro por la noche para despertar a las 6 am y cumplir con los requisitos enlistados de una compañía con sus empleados, como si el manual de procedimientos y tareas se tratasen de una lista de compras realizada para relegados sociales que trabajan para quienes buscan alinearse con los petimetres.

 

Como siempre se tenía que “seguir escogiendo entre lo malo y lo peor, hasta que al final no quedaba nada”, Chinaski; impasible, se apaña a la impronta del absurdo de su relación familiar y amistosa que repercute en la autopercepción de sí mismo en un matiz desengañado. A pesar de ser un “idiota” sin rumbo fijo que no agrada a nadie y que deambula apostando y bebiendo, muestra la desnudez del ser humano en contraste con los estándares de funcionalidad social. De tantos azotes de un neurótico padre sin trabajo pero que salía en su auto todas las mañanas a aparentar que si tenía uno, tantos golpes que le fueron atizados en el colegio pero con lo cual desarrolló destreza, el hecho de que sea un imán de frikis cercenados del núcleo social escolar del cual egreso cumplidos los 22, Las postulas de acné vulgaris que lo convirtieron en un tipo huidizo, el vaivén hirviente de la sexualidad adolescente que estaba en confrontación con su aspecto, la necesidad de ser reconocido por ser un tipo duro al no tener otras cualidades al menos sin descubrir hasta entonces, el no haber durado más de una semana en el trabajo por apalear a un bullly de la escuela fuera de su trabajo hasta que la sangre chorreara hasta los zapatos, el ser echado de casa de sus padres por escribir obscenidades desde el punto de vista de los puristas como su padre, el hecho de que la poca educación que recibió en la universidad pareció haberlo hecho más suspicaz mientras que el nazismo comenzaba a propagarse. Él se describía poéticamente como «Una mierda que atraía a las moscas en lugar de una flor que subyugara a las deseadas mariposas y abejas”. Todo había sido siempre para el: “triste, sombrío y maldito” 

 

En fin, la cosa no podría haber ido mucho peor, la escritura es lo único que lo mantuvo atado y conectado al mundo de horarios y de chalados con trajes luchando para salvaguardar a tipos que no moverían un dedo por ellos durante la segunda guerra mundial. Pero los idiotas son la gente del futuro como dice el script de “Idioterne” de Lars Von Trier, el que quiera calzar en el molde del dogma clásico la locura es un precio a pagar por la desidia, mientras que para tipos como Chinaski, la locura es el precio de vivir en este mundo; magnificencia del realismo sucio.