Llena de letargo, la atmósfera que rodea a aquellos dos adultos de la tercera edad de quienes asoma una grisácea sonrisa cada tanto mientras conversan sobre lo paradójica que se ha tornado la vida; dura y sucia. Tal que toda la problemática coyuntural se ha impregnado en la integridad de ellos mismos, corrompiéndolos; no así en su accionar sino en pensamiento con todo el abotargamiento que socapa la totalidad de la charla en cuanto a todo lo que ha dejado de importar, se ha quedado de lado en el inconsciente colectivo a pesar de que todo aquello siga latente en la posibilidad de las palabras contenidas, aún no dichas pero dispuestas ya en algún lugar.

Pero ¿A donde fue a parar aquel medico abortista que operaba desde la clandestinidad? Estuvo perpetuado en la boca del chimento de todo el mundo en un momento dado, como si fuese el eje central de conversación de toda mesa de te servido por elegantes señoras con las tazas prolijamente dispuestas con un saquito a las 6 p.m. La indignación se estrellaba ante la magnitud del suceso ante el que nadie aparentemente podría hacer algo, aunque existiese las instancias correspondientes ante las cuales protestar, el imaginario colectivo corroboraba en su totalidad a su proclamar, a la protesta que no solo se ahoga en la indignación. Sucede tal como la paradoja de la multitud que protesta a los pies del monumento de alguna remota plaza que en otrora fue un tirano, simultáneamente hay todo un barullo que estalla en la escena mientras que la persona que recibe toda injuria se sirve su típica taza diaria de café en el lobby de su oficina mientras la noradrenalina se despliega por completo en toda llamada que realiza, él es parte de algo grande y así se auto corresponde. Finalmente, todas las personas furibundas llegan a su casa para servirse el rojo te inglés. Es como si nada hubiese sucedido y toda la carga emocional que llevaban consigo mismas fue depositada intangiblemente en el mártir.

 

¿Qué mas podemos hacer? Resuena y se apaga en eco.

 

La brisa sigue resoplando sobre el manto que cubre a las palmeras de dátiles. En letargo y en sopor los amigos se despiden en su soledad para retomar su habitual charla a las 6 p.m. del día siguiente.