Paola Balanza y Mirko Balanza en el Auditorio de la Casa de la Cultura. Foto: Javier Montellano
Álgidas expectaciones se levantaban en torno al recital de lo que sería una noche de emociones encontradas. En medio de la pasión y la melancolía que emanaban con gradualidad desde los delicados arpegios acústicos, cual sosiego en medio de la cólera, acaecía en mezzosoprano la delicada voz de Paola Balanza, quien, en una técnica combinada entre la palabra hablada y cantada (voz conversacional melódica), dinámicas con falsetes, portamentos y vibratos, consolidaba la atmósfera intimista en la que convergían el artista y el público como un único elemento cohesionado. A pesar de tales vicisitudes, el público se mantenía algo equidistante con las transfronterizas canciones de Silvio Rodríguez que interpretó el dúo: Mirko Balanza y Paola Balanza.
El show se aproximaba en crescendo a través de la incorporación de los demás miembros de la banda, sumando así al tecladista Nicolás Mendola, entrañable soporte armónico, quien aportaba bastante a través de inversiones de acordes que le daban mayor dinámica a la banda; el guitarrista Nicolás Merino, quien, con su Telecaster, dotaba de un matiz etéreo a la banda con las texturas brindadas a través de una pedalera con efectos de reverb, delay sutil, chorus y un posible flanger o phaser; logrando texturas amplias y envolventes. Por otra parte, se encontraba Aldo Ríos al bajo, virtuosa base que no solo se limitaba a un rol armónico, sino que transgredía hacia lo melódico (algo al estilo Sting), y David Toro, sólido baterista con un dominio absoluto al momento de hacer transiciones mediante fills sincopados, silencios que aportaban dinamismo, un double-time rítmico bien logrado para el propósito calmo de la noche de amor/desamor, libertad/conflicto, tensión/distensión pop.
¿Lo novedoso? Las trovas de Silvio Rodríguez y otras baladas acústicas, como “Otoño del 82” de Airbag, adaptadas al concepto de un sexteto indie pop; inclusive para una de las canciones se integró una deslumbrante flauta traversa ejecutada virtuosamente por Martina Moreno. ¿Lo disruptivo? La presentación de una composición propia, propuesta fresca que revulsiona los estándares del mercado cultural local (aún dista mucho la conformación de una industria cultural local). Es así que, mediante una estructura íntima que escaló hacia el pop bailable y culminó en baladas pop/rock, el público se desligó de la timidez que lo mantenía contenido, con lo cual se mostró más enérgico y menos ajeno, avizorándose de esta manera el ímpetu que la banda transmitía. Claro, Paola es una auténtica frontwoman que deleita con un performance espontáneo de movimientos libres y el lirismo de los intervalos entre canciones.
La presentación en vivo del sexteto invirtió, en cierto punto, el sentido espectacular que conllevan este tipo de eventos al poder conferirle un propósito subyacente como lo es la introducción de un concepto simbólico; las letras de las canciones interpretadas están cargadas de metáforas políticas, como es el caso de “Otoño del 82”, que habla acerca de la Guerra de las Malvinas, o, por ejemplo, el sentido de orgullo patriótico en “Te doy una canción” de Silvio Rodríguez. Se presenta así una forma dialécticamente negativa de la cultura, donde esta toma la forma de su génesis: la de proferir significados diferentes a los ya existentes en el medio, así como evitar la estrecha delimitación del fetichismo de mercancías culturales.
Sin embargo, este es tan solo el acápite de muchos aspectos que faltan pulir, pero que se encuentran ya direccionados. Cabe rever las cuestiones técnicas en cuanto al tratamiento acústico percusivo para obtener un mayor matiz dinámico entre el conjunto de instrumentos, con la finalidad de incentivar en el público un rol apreciativo más sutil de una banda que es de naturaleza de ensamble híbrido acústico-eléctrico. Dicho esto, la presentación se llevó a cabo en el Auditorio de la Casa de la Cultura, un espacio aproximado de 20×10 metros que, per se, no tiene ningún tratamiento acústico, lo cual exigía que, en lugar de utilizarse baquetas estándar, se utilizasen escobillas o mazas de fieltro, así como técnicas de damping: técnica en la cual se coloca un relleno, como una manta, en el interior del bombo para producir golpes secos en lugar de resonantes y el uso de geles amortiguadores en la caja para evitar sobretonos.
De esta manera y, por consiguiente, se conseguirá un mayor desenvolvimiento dinámico entre los miembros de la agrupación, logrando que cada uno destaque en el propósito que le es conferido como tal dentro del conjunto de instrumentos; aportando al concepto general y primando por una estética de ensamble que logre balance. Destaco este aspecto debido a que, por momentos, la voz de Paola dilucidaba problemas respecto a la escalada de volumen de los instrumentos (un posible problema en la mezcla, si no se contaban con los tratamientos acústicos respectivos), como también la flauta traversa competía con bajas frecuencias de las que debía desligarse.
Por otra parte, con fines de mercado y branding, un elemento cohesivo dentro de la identidad visual de los integrantes, como lo es la vestimenta, podría proyectar y reflejar su identidad artística y filosofía en general, añadiéndole un valor añadido funcional. Concluyendo, un sexteto de esta índole sobreviene idílicamente como una grappa servida de aperitivo durante la sobremesa, que, con los comensales propicios (socios comerciales y equipo de producción), fácilmente podría convertirse en un referente dentro de la escena cultural local.
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